28 dic 2009

La realidad debería estar prohibida


Einstein tenía razón: todo es relativo. Porque hasta hace unos minutos (no se si te diste cuenta) temblaba de frío en este cuarto sin calefacción, sentada en el piso, la espalda contra la pared. Pero ahora que vos estás arriba mío, completamente desnudo, y yo también desnuda, no siento nada. Entonces, me entrego a tu calor y a tu capricho. Te preguntarás, ¿qué dice exactamente la teoría de la relatividad? Algo así como que la percepción depende del estado de movimiento del observador (del “sentidor”, diría yo en este caso). Me gustaría poder explicártelo con palabras más académicas o, porqué no, poéticas. Aunque estoy convencida que sería mejor que te lo cuente JL, que fue el primer amigo hombre de mis primeros años de “adulta”, que estudiaba física, hasta el día que nevó en Buenos Aires. Sucede que esa tarde salió corriendo de su casa, despojado de ropas, el pecho escrito con fibra negra (no se bien qué), así que decidieron finalmente internarlo y no lo vi nunca más. El problema de JL es que quería conocer el sentido de todas las cosas. Y yo, te soy sincera, pienso que a veces es mejor (y más sano) no saber. La ignorancia es dicha, dijo un anónimo sabio. Preferible amigarse con el misterio, con el secreto. Porque al fin y al cabo todo lo que es tal como lo conocemos hoy, será cubierto con el sedimento de mil millones de años, y así eternamente, incansablemente, hasta el hartazgo. Como el río que no deja de correr (y cuyas aguas son y no son las mismas), o como un disco rayado, o como un deja vú dentro de otro (como mamushkas de deja vús). Entonces, ¿qué sentido tiene? Yo ya no me pregunto por el sentido de mi existencia, la pregunta es tan absurda como la existencia misma. Pero no me queda otra que creer, y creo quid absurdum est. Es que justo me encontrás en esta etapa tan nihilista como mística. Imagino a Dios haciendo algo parecido a mí en este instante: mirando su propia película que, en verdad, somos nosotros mismos. Seguramente en unos años vaya a evocar este preciso momento como parte de mi película mental, junto a recuerdos distantes, maravillosos (y no tanto) de la vida que elegí, proyectado a mi placer o conveniencia. Vaya a saber uno cuándo o porqué. Quizás antes de parir los hijos que no vamos a tener, o cuándo me vuelva a perder en versos; cuando caigan las primeras hojas del último otoño, o cuando la soledad corra con ventaja. Aunque es más probable que lo recuerde mientras pretenda escuchar una charla de sobremesa que no me interese en lo más mínimo, o mientras espere ansiosa en una sala de espera; cuando disimule en brazos de otro hombre (cuyo nombre se me va a olvidar justo después), o aburrida en el baño. Y ya que tenés un lugar en mi película, dejame que te confiese algo. Hoy te mentí cuando dije que no había visto 2046. Es que me mandaste un mensaje seguido de otro, enumerando todos los títulos de la sección de cine arte, y esas me las vi todas. Entonces terminé escribiendo, entre resignada y divertida: “no, esa no la vi”. Pero era mentira. ¿Y querés saber más? Esta noche tenía ganas de ver una comedia, una simple comedia rosa con principio, nudo y final, de esos en el que los personajes se envuelven en un abrazo que dura por siempre y para siempre. Amén. Quería una historia sencilla, lineal, predecible, ya que en mi haber debo tener suficientes películas orientales o de los hermanos Dardenne. De esas que nos sumergen en lo más profundo, nos duelen íntimamente, nos ponen a prueba, nos revuelven las tripas hasta inquietarnos, y finalmente nos dejan con el cielo bajo los pies. Quería mentirme un poco, ¿como me estoy mintiendo ahora? Probablemente sí. Hoy me desperté con ganas de jugar a ser la niña que alguna vez fui, aquella que iba liviana por la vida, que creía en ficciones pero que poco le importaba que en el fondo todo fuese mentira ¿Pero de qué fondo hablo? Si en verdad no hay fondo ¿O acaso me vas a decir que vos lo tocaste? Hace unas horas, cuando bajé del colectivo y caminé la cuadra que me separa de vos, me acordé del barrio de mi infancia. Entonces regresé veinte años atrás y me vi a mi misma sentada en el cordón de la vereda: los rulos aprisionados en un rodete, luciendo un tutú rosa, y comiendo gajos de mandarina mientras leía aquel cuento sobre el emperador chino que prohibió los globos; los ojos ávidos bailando entre las páginas y las comisuras de los labios teñidas de naranja ¿Te acordás que fácil era ser chico? El desafío más grande era cruzar la vereda solo o aprender a andar en bicicleta sin rueditas (aunque por momentos pareciera tan remoto como escalar una montaña de arena). Arriesgábamos. No le pedíamos permiso a la vida. Y vos que te agazapas y te aferras en no pegar el salto. Que incluso no te animas a elegir el gusto de helado sin antes consultarme por mensaje cuál quiero, ni a que vayas a mirarme con cara de no creer cuando te diga “¡Uy no! Compraste dulce de leche que lo odio”. O que celebre besándote toda la cara porque hayas elegido menta granizada, cuando era la opción menos obvia. De chicos sólo teníamos miedo a lo desconocido, como a los fantasmas, a los monstruos, o al hombre de la bolsa. Y hoy siento que lo más cercano y familiar puede convertirse en lo más extraño y peligroso. ¿Te acordás lo que significaba confiar? Porque yo, yo ya me lo olvidé. Y cuando me abriste la puerta quise contártelo todo, escupírtelo, vomitarlo en tu cara, sentir que sos mi cómplice, que me entendés, que nos entendemos… pero no. No. Porque mis palabras se agolpan al acallarse, quedan atragantadas a mitad de camino, y se me hace un nudo en la garganta cuando sellas mi boca con un beso húmedo. Entonces ya no hay necesidad de ser quien quiero que seas, de decirnos la verdad, de develarnos. Y ahora mis labios son los protagonistas de la película: mis labios viven, sienten, y piensan por mí. Nos ensanchamos, nos convertimos en seres plásticos, cada vez más mojados, más calientes, más vivaces, más jugosos. Los vasos sanguíneos se activan, nos ponemos rojos y luego violetas; nos dejamos morder hasta sangrar levemente, hasta que tus dientes nos arranquen un poco de piel y obliguemos a la voz a elevar un gemido de placer. Nos rendimos hermosos, esbeltos, deseados y deseables, ante los tuyos. Nos movemos ágiles y rápidos, por momentos lentos y disfrutables; le damos permiso a tu lengua para que nos recorra enteros con tu saliva. Bailamos con los tuyos y los hacemos nuestros, los probamos, los cubrimos, y luego invertimos roles. Jugamos. Vuelvo en mi, me tomás de la mano y me llevás a la cocina para hacerme probar lo que cocinaste (tengo que reconocer que sos mejor cocinero de lo que yo jamás pueda llegar a convertirme). Apoyo mi cintura contra la mesada y te miro mientras me volvés a contar las mismas historias de siempre, usando las mismas palabras, con leves cambios en el tono. Quizás elijas otras personas, otros lugares, le des otro giro al final, pero siempre es más de lo mismo. Finjo interés en tu discurso como vos fingís interés en mí. Y entonces dejo de escucharte, la película se vuelve muda y sólo reparo en tus pestañas que bailan al compás de tu boca. Quiero que dejes de hablar, pero al mismo tiempo ruego que no lo hagas. El silencio no haría otra cosa que actuar como un puñal dirigido al pecho, se me clavaría en el centro y me sacudiría las entrañas de llorar. Pero mejor dejame que te lea el futuro al oído, ¿querés? Mirá el horóscopo que tengo para vos: “Marte en Escorpio le deja un desafío en puerta. Su curiosidad extrema lo lleva a tomar un nuevo camino, pero previamente elegido, donde los desencuentros se toman un descanso. Sus deseos se cristalizan en una historia de amor que viene desandando hace tiempo. Explote su espíritu vivaz, optimista y aventurero para volcarse de lleno a la persona elegida. Las dudas se disipan con una sonrisa y un beso prometedor”. Después de la cena y el vino (que invita a olvidar y a desear), de la película que volví a ver y pretendí no entender, me dijiste: “Nena, elegí la música que quieras escuchar”. Metí mis narices y mis ojos de gata curiosa entre tus discos pero no me gustó nada de lo que había. Así que terminaste eligiendo vos, y pusiste Pink Floyd. ¿Querés que te diga honestamente qué pienso? Que no entiendo Pink Floyd. Que esos temas larguísimos son intragables, que son pretenciosos (aunque seguro pienses lo mismo de mi), y que están sobrevalorados en la historia de la música (tampoco te lo tomes tan en serio, yo no se nada). Que si me vas a coger, David Gilmour de fondo no me calienta en lo más mínimo. Quizás Jim Morrison sí, pero esto definitivamente no. Pero no te digo nada, y me vuelvo a callar. Porque acordáte que todo, absolutamente todo, es relativo. Y volvemos al principio, que es en realidad el final (que es el principio), y tu cuerpo desnudo está sobre el mío. Entonces empezamos a reconocernos: ensimismados, entregados, extáticos, erráticos, elásticos, elegantes, enroscados, enrojecidos, enardecidos, enloquecidos, encendidos, en llamas. Los cuerpos bailan con ritmos gimnásticos, grotescos, grandilocuentes, gimientes, giratorios, gritantes, como en esos versos de Girondo. La respiración se acelera, al igual que las pulsaciones, acompañadas de mordidas y de lamentos. Presiono play y es como despertar de un largo sueño donde un demiurgo tuvo la tarea imposible de hacernos a su imagen y semejanza. Dios nos sueña y nos filma. Mi película mental se activa: la brisa de esa primavera que tarda en llegar y que nos besa con los labios abiertos; la arena bajo los pies en mis primeras vacaciones; las manos de mi madre; tu pelo acariciando mi espalda; aquella noche que bailamos transpirados sin conocernos; nadar desnuda en el mar un amanecer adolescente de verano; el agua de la sandía chorreando de mi boca aquellas tardes de siesta en el pueblo de mis abuelos; el vals que bailaré en mi no-noche de bodas; los bigotes de mi gato haciéndome cosquillas por la mañana; los puentes que no hemos de cruzar; la dicha de haber leído ese libro revelador; haberme perdido y luego encontrado en las calles de Praga; ese día en que me tiraré a mirar las estrellas con él, y escucharemos la música que inventamos para los dos. Y la explosión de fluidos no tarda en llegar. Entonces gritamos el éxtasis con un delicado hilo de voz y la poca respiración que nos queda. Pero no es necesario que me hables ahora, no te sientas obligado a abrazarme ni decirme esas cosas que no querés decir. No las necesito. Dejáme recuperar el aliento, dejáme estar, dejáme estarme en silencio con mis pensamientos. Como mucho, invitame a mirarte y a sonreírte. Pero borrás como una ráfaga la incipiente sonrisa de mi cara, inesperada y torpemente: “¿Sabías que cuando una mujer acaba se inhibe su capacidad de pensar? Lo leí en el diario de hoy". Me doy vuelta, miro hacia la pared y me río hacia mis adentros. ¿Sabés que pienso yo? Pienso que el que escribió eso no entiende nada de nada; pienso que los medios nos vienen mintiendo desde siempre: que el hombre nunca pisó la luna, que Elvis está vivo, que lo de las torres gemelas fue una gran farsa. Pienso que China no atacó Kamchatka. Que nadie muere en la víspera. Que uno más uno no siempre es dos, que a veces es tres o cuatro o veinte o un millón. Que entre un hombre y una mujer no hay blancos ni negros, ni mucho menos grises, sino multicolores: hay verdes, hay amarillos, hay días azulados como hoy. Pienso que el gusto de dar es muy superior al de recibir, por eso la mayoría de las personas prefiere recibir. Que lo no visible no es lo invisible. Que si “sí” es la palabra más bella de todas, entonces “no” ha de ser la más difícil y la más necesaria y, por eso mismo, doblemente bella. Que hay que desconfiar de las verdades que se dicen a ciencia cierta. Que las poesías están de camino, nos llegan, nos impactan y no se nos van más. Que no entiendo porque decimos “sinsabores” cuando son tan amargos. Que como me enseñó mi amiga S., los joggings no se usan con polera. Que yo siempre me enamoro de detalles. Que si alguien no te dejar ir, no te quiere bien y probablemente nunca lo haya hecho. Que si un amor no te llega hasta las vísceras, no merece tener ese nombre. ¿Y sabés qué pienso sobre todas las cosas? Pienso que, en realidad, la realidad debería estar prohibida.

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