15 jun 2010

Mi llegada a la maravillosa tierra del revés





Cuando crucé el puente que separa mi país de la maravillosa tierra del revés, llegué a la pequeña puerta de la gran muralla, la cual era custodiada por el guardián que duerme de día y vigila de noche dando, según dicen, ronquidos semejantes a los de una ballena azul. Como si las ballenas roncaran, pensé yo. Me era muy difícil imaginar un animal que pudiese roncar en las profundidades del mar. Lo cierto es que el guardián de la muralla vigilaba la entrada despierto pero dando largos y graves ronquidos. Después de casi un día entero de caminar en zigzag llegué agotado, y con un hambre que hacía gruñir mis tripas, a la puerta de la gran muralla, y el guardián me recibió de lo más contento. Y yo también lo estaba. Hasta que su extraño pedido borró de un soplido mi sonrisa de la cara:


“A partir de ahora deberás abandonar tu sombra y confiármela. Con ella no podrás entrar a la tierra del revés. O dejas tu sombra a mi cuidado, o te olvidas para siempre de entrar a nuestra maravillosa tierra.”


Sucede que en mi porción de tierra, todos los que caminamos su suelo arrastramos algo llamado sombra. Cuando digo todos, me refiero a hombres, mujeres, niños, payasos, perros, gatos, lobos, y hasta los insectos más pequeñísimos sobre la faz de este gran globo. En fin, todos los seres que caminamos bajo el sol somos acompañados por una imagen llamada sombra que se dibuja en paredes, cortinas, pisos, calles, y hasta en las arenas de la playa ¡Pero qué digo! No sólo los seres que caminamos arrastramos una sombra. También lo hace un árbol, una piedra, una fuente, hasta una bicicleta. Y en ese momento, el sólo hecho de pensar en abandonarla me llenaba de una profunda tristeza ¿Cómo sería vivir sin sombra?, me pregunté.


El guardián dio pasos agigantados hacia mi, haciendo temblar el suelo bajo mis pies. Los pichones que dormían en las ramas de los árboles, levantaron vuelo, batiendo sus alas ágilmente, y se esfumaron en la oscuridad.


Entonces el gigante guardián comenzó a afilar la hoja de un gran cuchillo que sacó de su bolso, tal como lo hubiese hecho el afilador de mi barrio. Lento pero preciso, con un filoso ruido que hizo rechinar mis dientes.


“Quédate quieto. No respires. No inhales ni exhales por una milésima de segundo. Uno, dos, tres…¡Listo!”


Y fue así como de un tirón arrancó mi sombra del suelo, separándola pues de mi. No se asusten, que yo no sentí ni el más mínimo dolor. Al menos no un dolor físico. De este modo, la sombra huérfana de cuerpo quedó acurrucadita a un costado de la pequeña puerta de la gran muralla.


“Un corte perfecto. No ha quedado ni una miga de la sombra que supo ser”, exclamó el guardián orgulloso de su trabajo. “Si quieres, puedes tomarla en brazos y despedirte de ella. Les daré unos minutos. Mientras tanto iré a poner la pava para el té de bienvenida.”


El guardián se dirigió a un costado y, muy torpemente, sacó unos cacharros de metal de un pequeño mueble de madera, hasta elegir una tetera de porcelana, la cual llenó de agua. Al colocarla sobre el fuego, la tetera comenzó a silbar un tema que se me hizo muy familiar. ¡Claro que sí! Era una canción que mi mamá solía cantarme para hacerme dormir. El tema del reino del revés, donde los gatos dicen yes, y donde usan barbas y bigotes los bebes. Recuerdo cómo me hacía reír esta última frase. Pensé si en la maravillosa tierra del revés que me esperaba detrás de la gran muralla, los años durarían meses y si cabría un oso en una nuez, tal como en la canción. Todo era un gran misterio, y estaba tan ansioso por descubrirlo que entendí la necesidad de separarme de mi sombra, aunque esto me costó un par de lágrimas gemelas.


Muy suavemente, tomé a la triste sombra en la palma de mi mano. Era tan liviana que parecía escaparse entre mis dedos. Pesaba tanto como una pluma de avestruz.


“Lo siento, pero tendremos que separarnos por un tiempo, querida sombra. Prometo que volveré a buscarte, ¿de acuerdo?”, le dije al oído.


Entonces, la sombra me habló entre sollozos:

“¿Estás seguro que no te arrepentirás? Me resulta muy extraño que te veas obligado a dejarme aquí abandonada.”


“A mi también”, le respondí, “pero no hay más remedio. Esto es necesario para poder entrar a la maravillosa tierra del revés, de la que tanto me han contando y con la que tanto soné. Tienes que entenderme, querida sombra."


“No entiendo tu decisión de abandonar tu hogar, tu familia, tu barrio, tu país, para visitar la tierra del revés. Quiero que sepas que para mi esto es un gran y grave error. Y además, ¿por qué me dejan a mi, tu inseparable compañera, aquí afuera, de este lado de la gran muralla?"


No supe qué responder, así que miré hacia abajo y comencé a tararear la canción del revés, aunque apenas recordaba la letra. Tanto había esperado y soñado este momento, el de atravesar la puerta de la gran muralla que separaba mi país de la maravillosa tierra del revés que… Y entonces mi antigua sombra interrumpió mis pensamientos:


“No sé de ningún ser en la faz de esta tierra que pueda andar por ahí sin su sombra. Esto no aparece en ningún libro, en ninguna revista, ni siquiera en Internet aparece el caso de alguien que pueda existir sin sombra ¡Qué semejante locura! Una sombra no es nada sin su persona. Y una persona no es nada sin su sombra. Esto no es natural.”


“Lo se, es antinatural. Pero ahora deberé respetar las reglas y las leyes de la maravillosa tierra del revés. Ya pronto volveremos a reencontrarnos. Lo se. Todo va a estar muy bien”, le dije, tratando de convencerme que así sería.


“Eso no es más que una esperanza, un deseo. Tengo un presentimiento que las cosas en la maravillosa tierra del revés no funcionarán bien...”


“¡Pues claro!”, exclamé emocionado, “si no funcionan bien es porque funcionan mal para ti, pero eso en la tierra del revés es lo mismo a que funcionen bien. No olvides que aquí las reglas cambian de arriba abajo y de abajo arriba. Dije bien, ¿no?”


“¡Basta! Esto ya parece un ridículo trabalenguas!”, gritó mi sombra al borde de las lágrimas. “No estoy de acuerdo con tu decisión. Pero te digo que si las cosas no llegan a salir bien, yo estaré esperándote aquí afuera, y ambos huiremos de vuelta al lugar de donde venimos. ¿Qué me dices?”


Sin pensarlo mucho le dije que sí. Y con mi mano acaricié su delicado hombro:
“No puedes negar que hemos vivido grandes momentos juntos. Nos ha ido muy bien, ¿verdad?”


“Es verdad, por eso no veo motivo para separarnos”, volvió a insistir batiendo sus largas y suaves pestañas.


Pero por más que mi sombra llorase, patalease y se quejase, ya era demasiado tarde. El guardián la había separado de mi y yo estaba a punto de convertir mi sueño en realidad: atravesar la pequeña puerta de la gran muralla que separa mi país de la maravillosa tierra del revés ¡Finalmente!


“Quédate tranquila. Yo vendré a visitarte, lo prometo. No veo razón por la que no pueda hacerlo. Y tu me recordarás todo lo que hemos vivido juntos. Será como mirar fotos viejas, y reírnos o llorar juntos. Tu serás la guardiana de mis recuerdos del pasado. De todas mis experiencias. ¿Te parece justo?”


“Mmm....”, dudó por unos instantes. “Está bien. Todas las tardes, minutos antes que caiga el sol, te esperaré sentada debajo de aquél sauce y hablaremos por horas y horas. Tú me contarás del maravilloso mundo del revés y yo te recordaré de dónde vienes,  quién fuiste y quien eres”.


Me pareció un trato justo. Sólo me preocupaba no poder recordar esta promesa ya que, a partir de ese preciso momento, mi sombra sería la guardiana de mis recuerdos. Pero ya no había nada por hacer, más que prometerle a mi sombra volver a verla. La besé en su mejilla derecha, y mis labios se chocaron con una lágrima salada que la recorría. Luego, la apoyé contra el tronco del viejo sauce y nos despedimos en silencio.


Tras el adiós, el guardián me invitó a sentarme a una mesa redonda y baja, en una silla altísima. Mis pies colgaban en el aire, pero él apenas apoyaba su cola en la silla de lo alto que era. Sirvió el té y al hacerlo la tetera comenzó a silbar nuevamente la canción de mi infancia, la canción del reino del revés. Extendió su enorme brazo y me alcanzó una taza de té cuyo aroma era semejante a la chocolatada caliente.


“Vamos, no te pongas triste. Podrás visitar a tu sombra todas las tardes que quieras. Mientras tanto, yo la alimentaré bien y le daré de beber. Tres o cuatro veces por día. ¿Es una sombra glotona? ¿Le gusta beber té por las tardes?”


Le dije que sospechaba que sí. Y me alegré que el guardián cuidase de mi sombra, la protegiera todo el tiempo que yo estuviese de visita en la maravillosa tierra del revés. Porque en algún momento habría que volver. Esto no podría durar eternamente, ¿verdad?

“¿Y cuándo quiera que me la devuelvas, ¿qué tendré que hacer? ¿Tú me coserás de vuelta la sombra, o coserás de vuelta la sombra a mi?” le pregunté ansioso.


“Por lo visto aún no has entendido cómo son las reglas acá, muchahito. En la maravillosa tierra del revés nadie puede tener sombra. En mi caso, la he abandonado allá y hace tiempo. Tanto que apenas la recuerdo. Por otra parte, una vez que entres a la maravillosa tierra del revés, no hay vuelta atrás o adelante… ¡vamos, qué es lo mismo. Así que tu pregunta no tiene sentido. Pero ahora celebremos tu llegada ¡Bienvenido seas al mundo del revés!”


Y fue así como de una vez y para siempre perdí mi sombra.