Día 1
Esta tarde se mudó la chica del 5 C. No tan chica, en realidad. Deberá andar por los 40. Me presenté en el ascensor y muy cordialmente le dejé mi tarjeta. “Nosotros tenemos mucho en común”, soltó con una risa pícara mientras me sonreía con esas pestañas larguísimas cubiertas de rimmel. Pero de algo estoy seguro: no es colega. Porque mientras la ayudaba a abrir la puerta de su departamento (venía cargando unas bolsas de supermercado), miró de reojo el tomo 13 del Amorrortu que llevaba bajo el brazo y lanzó un gritito que casi me perfora el tímpano “¡Ayyy! Este Frieud… para él todo, todo tenía que ver con el secso”. Dejó las bolsas en el piso y se acomodó las tetas por debajo del corpiño de encaje negro. Sólo después me dio las gracias.
Día 2
Juan trajo hoy un póster del Che, ese que ilustra la publicidad de una marca de vodka (uno ruso… que termina en “snoff”, creo). Insistió en ponerlo en una de las paredes (ya le dije que no lo hiciera en la de los graffitis del alemán que se quedó el verano pasado. Es el único recuerdo que tengo de él). Obvio que lo saqué cagando: ¡desde cuando le va eso de transar con el sistema usando la imagen del revolucionario! Se prendió un porro y, todo excitado, me contó que esta mañana se cruzó en el ascensor al tipo pelado con barba del 5 B. “Sí, ¿y?” “¡No sábés! Estaba tratando de levantarse asquerosamente a la nueva vecina”. Yo sabía que mucho título, mucho master, pero todo un pervertido el viejo.
Día 3
Esta noche tengo que traerme los almohadones rojos de plush de la Negra, que me los dejé olvidados con la mudanza. Hablé con uno de los vecinos (un tipo pelado y con barba). Por suerte me contó que usa el departamento sólo de mañana y tarde. Es su consultorio y el lugar donde duerme siestas entre pacientes. El del 5 A ni se siente, porque cuando fui a sacar la basura anoche, lo vi parado en medio del pasillo: inmutable. Lo saludé y se quedó mirándome fijo, sin hacer gesto alguno. Un pibe de unos 20 años, un raro, un freak. Lo único que me preocupa del departamento nuevo son las palomas que parece se instalaron en el balcón. Algunas incluso no me dejan dormir, golpeándose contra el vidrio (las muy estúpidas). Sólo espero que no me espanten a los clientes.
Día 4
Hay días como hoy, tan grises y nefastos, que mi existencia se mezcla con la levedad del aire con el cual intento (con)fundirme. Para que nadie me vea, me busque, me necesite, me reclame, me pregunte incansablemente cómo estoy desde aquél fatal día (día que decidí borrar de todo almanaque, día fuera del tiempo). Esta madrugada salí al balcón, producto del insomnio que ya me tiene acostumbrado, sumado al molesto revolotear de las palomas en el balcón de al lado. Encendí un cigarrillo y me deje encandilar por las luces de la ciudad. La ví asomada, a mi costado, vistiendo una bata de seda (una seda ordinaria pero que aún le hacía mérito a sus hermosas curvas). Fumaba un cigarrillo con la elegancia de una geisha y el humo subía por su blonda cabellera. Su mirada perdida, fija en la nada, me hizo sentirla cercana y cómplice de mi acto. En ningún momento me miró ni se percató de mi presencia (¿estaré muerto ya?).
Día 5
- Sí, buenas tardes. ¿Podría hablar con Fernández, señora?
- Por supuesto. Enseguidita le paso
- Muchas gracias
- ¡¡¡Viejoooo!!! (la “o” se desliza en un grito que parece no terminar)
- Fernández, ¿quién le habla?
- Buenas tardes, soy el Dr. X, del 5 B…
- Ah, sí, sí, doctor ¿Cómo le va? Espere que bajo el volumen del televisor (¡Che, Viejaaa, querés hacerme el favor de bajar el volumen que no se siente nada!). Sí, ahí mejor. Dígame doctor…
- Miré… me preocupa la siguiente situación. Usted debe saber mejor que yo que la pareja del 5 D no es exactamente... eh, como podría decirlo… mmm...... (aclarándose la garganta) un modelo en cuanto a limpieza se trata
- Sí, sí, creo entender… (con desgano)
- En fin, hace dos días, cuando despedía a una paciente de mi consultorio, vi una rata, una ratita, cruzando el pasillo en dirección a la puerta de servicio que estaba entreabierta. Y precisamente venía del 5 D. Usted se imaginará…
- Pero… ¡¿cómo no me aviso de esto antes?!
- Si, bueno, usted sabe, yo no vivo acá y mis tiempos…
- Mire, ya mismo me estoy encargando del asunto. Los de fumigación tienen que venir este mes, les voy a pedir que adelanten la visita para esta semana.
- Está bien, si a usted le parece que es esa la solución a este problema… (con un dejo de ironía en la voz)
- ¿Qué quiere decir? Usted piensa que además tendríamos que fumigarlos a esos dos…. Jajá. Y bueh, serán zurditos y medio locos, ¿vio?, con ese olor a marihuana, y no muy limpios que digamos… pero son buena gente.
- No estaba insinuando eso, no… ¿qué le hace pensar…?
- Estaba bromeándole, jefe. Mire, ya mismo me estoy haciendo cargo del tema. Y hablando de los vecinos, ¿qué me cuenta de la del 5 C? Eh... ¿qué me dice de ese pedazo de…
- Tuu Tuu…
Día 6
Escribo para no hablar.
No me comunico con mi voz.
Escucho el repiquetear de las palomas contra el vidrio.
Vi a la mujer más bella parada en medio del pasillo.
Le hablé con mi imberbe mirada.
Escucho los gritos de una pareja.
Siento los gatos maullar
No se callan… no callan.
Quiero callarlos.
¡Cállense de una vez!
No se callan…
Al igual que estas voces en mi cabeza.
¡¿Cuándo van a parar?!
¡Cuándo!
¡Cuán…!
Día 7
Juan vino con la noticia, como es de esperar en él. La trajo con las medialunas e hizo que me cayera mal el desayuno. Según dice, los gatos lo anunciaron (¡qué bichos inteligentes!, agregó). Tenía dos: una gatita siamesa bizca (recuerdo como si fuese ayer el día que lo crucé en el pasillo, cargándola a upa, porque se le había escapado Y la llamó Berta. Me acuerdo, sí, y un gato de esos peludos, rubios, como de dibujo animado). Lloraban con desespero y luego se pusieron a rascar las paredes. Habrán maullado como locos hasta despertar a la nueva vecina. La del 5 C. Una vez en el pasillo sintió el olor a gas y corrió a lo de Fernández. El doctor del 5 B lo ayudó a abrir la puerta a patadas, porque no había respuesta alguna (Juan y yo estábamos discutiendo a grito pelado, anoche antes de salir para la marcha de Sociales). Y allí lo encontraron, totalmente inconsciente. Pensar que hace cosa de dos años (cuando a Juan le cedieron este departamento) fue el accidente de su mujer. Nosotros llegábamos justo cuando la policía se iba y Fernández se encargó de contarnos el resto una tarde de mates junto a su esposa. Ese hombre quedó condenado desde ese mismísimo instante. Yo lo vi en sus ojos. Juro que lo vi.