24 may 2010

Esto sí es "under"

Él dice "estar en el sino”. Yo le digo “¡dejate de joder! Si esto es, literalmente, estar en el horno”, y me abanico con una hoja de revista hecha pliegues. Él hace caso omiso a mis palabras y ensaya unos acordes en su guitarra criolla. Yo le pregunto, “¿qué carajo es el sino?” Él, con su voz ronca de trovador sabelotodo, me dice “es el ámbito donde confluyen todas las posibilidades todas”. Yo le respondo, riendo, “a mi me suena que es el ámbito donde hay más nos que sís”. Él me lanza una suerte de gruñido que, seguramente, acompaña con el fruncir de su entrecejo. Y a continuación, lo interrogo, “¿cuánto hiciste hoy?" Entonces él hace sonar las monedas anidadas en su sombrero Panamá y me pregunta jocoso, “¿cuánto pensás?” Yo agudizo el oído, revoleo los ojos detrás de los anteojos negros, hago imaginarias cuentas mentales y le tiro un “15”. Él se ríe y me dice, “le erraste por cuatro”. Yo le pregunto, “¿y si te armas de un nuevo repertorio? La gente quiere escuchar una que sepamos todos. Y lo tuyo no lo conoce ni magoya”. Él me dice “no, no, no: ya es suficiente con un Arjona surgido del subte porteño. Que el espíritu de Ian Curtis no permita que caiga en esa maldita enfermedad capitalista”. Yo le digo que Arjona no suena mal, que todos necesitamos un poco de amor e ilusión en nuestras vidas; que sus letras de desamor, oscuras y pesimistas, no le levantan el ánimo a ningún pasajero que, de por sí, ya tiene suficientes pesares en la vida allá arriba. Él me dice que no entiendo nada, que el amor nació de una desgarradura y que es matemáticamente imposible que no vaya de la mano del dolor, la pena, y el llanto. Yo le digo “¿Y que me decís de Los Beatles, eh? Ellos sí le cantaron al amor con alegría y optimismo, ya que todos queremos a alguien que nos tome de la mano, y mirá donde llegaron, ¿eh? Son más famosos que Jesús (que mi finada madre me perdone).” Y me persigno. Él, con un dejo un tanto sobrador en la voz, me dice “ja, puro marketing”. Yo le pregunto, ensayando un remate de inocente asombro, “¡¿ya existía el marketing en los 60?!” Él lanza una corta, pero sincera, carcajada “¡pero claro, chabón, el marketing existe desde tiempos de Gorgias!”. Yo pienso que quién mierda es Gorgias, pero mejor me callo porque seguro me larga su perorata de joven intelectual, y yo ya tengo los suficientes años y calles andadas para esas cosas de universidad. Yo le pregunto, “entonces, si los Beatles fueron lo que fueron gracias a San Marketing, ¿porque no te armas vos del tuyo propio?” Él deja de afinar la criolla y me lanza con sarcasmo, “¿estas insinuando que haga publicidad de mi propia música?” Yo le respondo, “y sí, nene. Si lo hizo ese tal Gorgias y Los Beatles también, mal no te puede ir, ¿no? Quién te dice si en una de esas no te sacan de acá abajo”. Él acerca su espeso aliento a humo de cigarrillo a mi mejilla derecha, pero el estruendo que hace el subte con destino a Catedral se sale con la suya, “vos quer… yo tran… con esos… josdeput… ultinacional…roban tod…cgan en el arte. Esto es poe... la úni… erdad”. Y ante el efímero silencio que precede al justo momento en el que, por necesidad y urgencia, se abren las puertas de los vagones, comienza a cantar ese tema que ya me se de memoria. El de un pibe que golpea las puertas del cielo y descubre que no hay Dios sino una especie de voz omnipresente, como una voz amplificada de la conciencia, que le recuerda el daño y el mal que hizo en su vida, le reprocha las mentiras, los engaños, las mujeres que ha lastimado y que ha hecho llorar. Él canta altivo y orgulloso como si lo hiciese frente a un estadio repleto o un teatro inundado de ala a ala, con su guitarra en mano, mientras los pasajeros desbordan la plataforma (los que vienen se chocan con los que van) y se apresuran a la gran boca que los escupa de vuelta hacia arriba. Yo le pregunto si allá arriba no se estará mejor. Y él, con la convicción de un trovador sabelotodo, me dice, “no, arriba es pura ficción. La verdad está en el under.” Y yo pienso que acaba de dar a luz a su frase de marketing, aquella que lo catapultará Dios sabe dónde.

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